domingo, 15 de agosto de 2010

ficha tecnica

Título

Puro fútbol

Autor

Roberto Fontanarrosa

Nacionalidad

Argentino

Traducción (cuando corresponda)

--

Edición

Segunda

Editorial

De la flor

Año

2000

Páginas

200

Resumen del libro Puro futbol


Los últimos salileros: cuenta la historia de un equipo de futbol “los salileros”, los cuales estaban en primera división de argentina donde le jugaban de igual a igual a los grandes como River, Boca o San Lorenzo en su maravilla de cancha, pero que se vieron afectados por los jueces del partido los cuales le arbitraron en contra durante toda su existencia lo que provoco que descendieran a la “b” y después a la “c” de argentina. De ser un club reconocido que llenaba la cancha de banderas del color del club pasaron a un equipo pobre con una mini barra sin cancha ni nada.

El pichón de Cristo: este cuento trata sobre un equipo que a días de enfrentar al campeón independiente de Bigand, se les lesiona el portero “Pacu”, el mejor portero de la liga y el único que tenía el equipo. Desesperados buscaron a un reemplazante, a uno de ellos se les ocurrió llevar al “pichón de Cristo”, un arquero flaquísimo de cuerpo entero que según ellos no taparía nada pero que llevarían ya que no tienen otro. Llega el día del partido y su equipo jugo horrible, independiente era muy superior e iría ganando si no fuera por el pichón que tapaba absolutamente todo. En fin termino el partido y en camarines todos felicitaban al flaco, pero el narrador se quedo más tiempo y por casualidad se encontró con el flaco que todavía no se iba y le vio en la mano una herida al igual que al costado del pecho le pregunto por esto y el dijo que había sido en el partido. En fin a los días siguientes lo andaban buscando para que firmase por el club pero desapareció y nunca más supieron de él.

La pena máxima: cuenta la historia de un pibe que le toca la decisión de tirar un penal, pero él no quiere porque piensa que lo va a errar, entonces piensa que el mono no lo puede tirar porque contra Chacarita, la fecha pasada, se le fue. Al final tiene que tirarlo él, quien todo el tiempo pensaba que lo iba a errar, lo patea y gol.

Betito: cuenta la historia de un hincha el Betito que durante un partido cobran un penal entonces la barra se vuelve loca queriendo matar al árbitro entonces los carabineros para calmarlos tiran bomba lacrimógenas y justo una de ellas le explota en la cara y lo deja ciego.

Wilmar Everton Cardaña, número 5 de Peñarol: relata la historia de un contención el cual era muy aguerrido en el juego paraba a los delanteros o jugadores del equipo contrario con mucha fuerza y la mayoría de las veces desmedida que dejo muchos jugadores lesionados en su carrera. Un día antes del partido ante nacional le llega una carta de un niño que está internado en un hospital y que le pide que por favor le regale el balón del encuentro. Con esta carta sale la parte más sensible del jugador y comienza a llorar. Al otro día juegan el partido el cual lo pierden, pero el capitán Wilmar después del partido va entregar el regalo al niño que le envío la carta. Wilmar va con todo el equipo a entregarle el balón del partido firmado por todos los jugadores del plantel, y cuando entran a su pieza el niño recibe el balón pero en vez de agradecerles lo recrimina por haber perdido el encuentro, entonces el capitán se enoja y le tira una patada voladora al pecho quebrándole 4 costillas y se va muy triste con los otros jugadores de peñarol

19 de diciembre de 1971: relata la historia de un clásico entre leprosos y canallas el cual como cualquier clásico se quiere ganar. Pero para ganarlo necesitan la cábala al viejo Casale que con él nunca habían perdido, pero para mala suerte él se enferma i estaba hospitalizado por un infarto el cual no le permitía recibir impresiones muy grandes como lo sería un clásico. Pero idearon un plan y lograron llevarlo al estadio a hinchar al equipo de sus amores los canallas. En fin ganan los canallas y la felicidad de Casale era tan grande que cayó al suelo seco con una cara de felicidad. Fue así que murió el viejo Casale en la barra celebrando la victoria de su equipo. El gol fue hecho por Pedro Poy de palomita al último minuto, que con eso se transformo en ídolo y cada 19 de diciembre se celebra haberle ganado a los leprosos.

Lo que se dice un ídolo: cuenta la historia de Pedrito un jugadorazo y muy caballero que si le pegaban el no respondía, nunca tuvo una tarjeta roja ni amarilla. También era muy lógico para pensar si se enfrentaba a boca se daba por perdedor porque sabía que tenían mejor plantel que el de él. Eso era lo que según el negro no le permitía ser ídolo que no se defendía y no tenia mentalidad ganadora antes de los partidos. Era un jugador esplendido y es por esto que lo involucraron con muchas mujeres siendo que el ya tenía una relación desde la infancia, fue tanto el revuelo que casi su esposa termina con él. Ya toda la gente sabía de eso y cuando jugaba un partido contra Vélez un defensa central le dice “¡Qué mierda te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!”, “ya que sos tan macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos”. Esto provoco como nunca una calentura de Pedro que le pego un combo en la jeta que lo dejo loco por media hora, lo que provoco su expulsión y aunque estaban en la cancha de Vélez nadie le grito nada a Pedro. Le dieron pocas fechas de castigo y volvió en un partido contra los leprosos en donde como nunca fue ovacionado y desde ese momento empezó a transformarse en ídolo.

Memorias de un wing derecho: Cuenta la historia de un wing derecho el cual era un fenómeno era una maquina en su posición, sacaba centros, le pegaba al arco cuando veía la más mínima oportunidad o se la cedía al 9. Así ya había hecho 6800 goles en su carrera y el 9 de su equipo por lo menos unos 12000 y la mayoría cedidos por él. Él recuerda un partido memorable, un clásico Boca-River, el cual ganaron y el hizo 3 goles. Pero el recuerda un gol en el cual él la agarra encara al defensa pero lo marcaban muy bien, cuando escucha a su compañero, engancha a la derecha y entrega hacia el centro de la cancha y su compañero en velocidad remata esa pelota y golazo.

La observación de los pájaros: cuenta que en un clásico en un domingo en que las calles están vacías, y el escucha el partido por radio que obviamente en algo más que sufrible. Entonces empieza el partido y en el primer tiempo que dan perdiendo, por lo que apaga la radio y sale a dar un paseo y piensa en lo que genera un clásico en las personas. Termina el partido según lo que él pensó, por lo que se da de perdedor y sale un niño de su casa con la camiseta de central y sale diciendo aguante central, entonces le pregunto cómo salió el partido al niño y él le responde que central empato sobre la hora y que empataron. Entonces la paz invadió su cuerpo la tranquilidad de que no va a haber burlas en su contra ni nada.

sábado, 14 de agosto de 2010

Mi objetivo e este portafolio será la capacidad de los escritores para expresar el fanatismo por un club o por el fútbol mediante sus libros

lunes, 9 de agosto de 2010

entrevista sobre fútbol a Roberto Fontanarrosa.

Profundo conocedor y amante del fútbol, Roberto Fontanarrosa es uno de los mejores exponentes de la literatura latinoamericana contemporánea. Sus cuentos y novelas, siempre en clave de humor, son editados en todo el mundo de habla hispana y reconocidos por su capacidad narrativa.
Es un confeso hincha de Rosario Central, de Argentina, pero su pasión futbolística no conoce fronteras: es capaz de pasar una soleada tarde en París encerrado en la habitación del hotel porque televisan Galatasaray-Feyenoord, y encima amistoso, como cuenta en su libro "Puro fútbol".
En su obra "No te vayas, campeón" repasó a los equipos memorables del fútbol argentino. Nacido en 1944, llegó tarde para conocer a "La Máquina" de River, por ejemplo. "No hay vueltas, uno ve el fútbol que le toca ver", se resigna.
-Hay un fútbol sobre el que a uno le han contado maravillas, pero lamentablemente no hay ninguna referencia, salvo las fotos de El Gráfico. No existen filmaciones. Recuerdo el deslumbramiento que era ir al cine y ver el noticiero previo a la película, donde pasaban 30 segundos de un Racing-River, por ejemplo, y ahí conocía a los jugadores en movimiento.
-¿Donde empiezan sus recuerdos del fútbol sudamericano?
-Con el '59, en Buenos Aires. No vi ningún partido, todo era por radio. Pero recuerdo la efervescencia, quizá por mis 14 años. Vino Brasil campeón del mundo con Pelé, y Argentina aparecía tras un fracaso estrepitoso. La revelación fue Perú, con la delantera de Gómez Sánchez, Loayza, Joya, Terry y Seminario. Empataron con Brasil después de ir perdiendo 2-0, era un equipo privilegiado, de esos que cada tanto aparecen en Perú, como aquel otro de Teófilo Cubillas. Tanto que al tiempo Joya y Gómez Sánchez vienen a River, Loayza a Boca y después cae en Central, un tipo de una habilidad desusada. Tengo muy fresco ese recuerdo, por cosas muy puntuales: la aparición de Perú y la reacción de los brasileños después de largo tiempo en que la historia marcaba que Uruguay los mataba a patadas: se armó una gresca impresionante; ahí se inauguró la patada voladora, como mostraba la foto de Pelé volando horizontal. Esos uruguayos eran terribles. Jugaban William Martínez, Cococho Álvarez, Silveira... eran piernas de exportación. Echaron no sé a cuántos jugadores y terminó ganando Brasil 3-1. Me acuerdo de escuchar por la radio la final que Argentina empata con Brasil. Tiempo después llegaron las fotos y más tarde los goles en el cine, que no se entendían por culpa de los flashes de los fotógrafos.
-¿En la adolescencia es cuando más se marcan los recuerdos?
-Sí, se fijan más. Y antes porque había menos información. A los grandes equipos argentinos los veía una vez al año, cuando visitaban a Central. Todo se mezcla: recuerdos, imaginaciones y lo que queda son sensaciones. No me olvido de la ansiedad por ver a determinados jugadores. En el interior creíamos que a los futbolistas los inventaba El Gráfico, y había que verlos, constatar que eran como los contaban.
-¿Como espectador, qué espera de esta Copa América?
-Me interesa más que la Eurocopa, por más que allá tengan a todas sus estrellas... El hecho de que algunos seleccionados vayan con un equipo de fogueo me da curiosidad. Y será una ojeada al fútbol sudamericano; algunos equipos pueden estar pasando malos momentos, pero es un fútbol muy rico. Siempre está la esperanza de que aparezcan nuevos nombres, como Rondón o Farfán.
-¿Qué tipo de futbolista le agrada?
-Más allá de la camiseta, el mayor atractivo lo dan los talentosos. A mí me atrae más un volante creativo que un zaguero central. Obviamente, será muy útil un Samuel, pero prefiero a un Ronaldinho. A veces veía partidos europeos y decía: ¿cuándo aparecerá un Orteguita, un Rondaldinho? Uno que invente algo, que haga diferencia, que no sea solamente correcto. No hay nada más aburrido que el fútbol italiano. Me hartó, no hay uno solo que gambetee. El fútbol español le pasó por arriba, es más rico no sólo en figuras, también en espectáculo. Aún con lo mal que le fue, le agradezco al Real Madrid por Zidane, Figo, Beckham, Ronaldo, Raúl...
-Como dice César Luis Menotti, "se juega como se vive". Cada país tiene su idiosincracia y esa se traduce en el fútbol. Repasemos a los participantes, empezando por el anfitrión.
-Siempre se hablaron maravillas de la técnica del jugador peruano. Como Solano, un tipo frágil, menudo, pero con gran talento y habilidad. Me quedo con la generación que dejó afuera del mundial '70 a Argentina. Los jugadores de esos años son inolvidables: Cubillas, Percy Rojas, Chumpitaz, Sotil, Oblitas, Meléndez...
-Equipos impresionantes, como históricamente tuvieron argentinos, brasileños y uruguayos en esta competición.
-Cuando salían a la cancha imponían miedo. A Uruguay se le está esfumando ese peso... Quedó como una historia muy antigua. Y eso que, por nombres, puede armar un equipo con jugadores de nivel en cada puesto. Le pesa la tradición de la garra, es muy seductora la leyenda del coraje. Como la historia del Pepe Sacía, que una vez en Puerto Sajonia se trompeó con todos los hinchas que entraban a la cancha... La garra se desvirtuó: garra era dar vuelta un partido difícil, ganar en las peores circunstancias, no tomarse a golpes. Uruguay se quedó con la parte pintoresca de la garra. Claro, uno piensa que es un fútbol que dio a Francescoli...
Tienen un porcentaje desproporcionado de jugadores de fútbol respecto a sus habitantes, pero por ahí no alcanzan cuando llega el momento de elegir. Tal vez estos sacudones les sirvan para resurgir: no puede ser que a Uruguay lo goleen en el Centenario.
Brasil gana todo y por demografía. Están Ronaldo y Ronaldinho, y mirás para abajo y aparecen Adriano, La Bestia (Julio Baptista), Alex, Kaká...Siguen sacando laterales y ahora también tienen buenos arqueros. Y el caso de Ronaldinho es notable. ¡Qué lindo que es! Uno puede decir que Beckham es un buen jugador, pero le falta fantasía. A este tipo uno paga para verlo. Hace goles y no desaparece del partido.
Brasil es el primero en dar la lista, hace entrenamientos a puertas abiertas, sin misterios. Y paradójicamente las innovaciones tácticas salieron de Brasil: el segundo central lo inauguraron ellos, con Orlando; el 4-3-3; el wing izquierdo tirado atrás lo creó Zagalo…

-¿Y Argentina?.
-Prefiero ver a un equipo con pibes, figuras que pueden llegar a ser, que ver a aquellos que ya conozco largamente.
-Hay otro pelotón histórico, con Paraguay, Bolivia, Chile, ¿qué te sugieren?
-Los paraguayos me remiten a la leyenda que dice que son grandes cabeceadores, tipos fuertes, para tener en cuenta. El de Bolivia es un tema muy dispar; tener la altura a favor cuando juega de local perturba todo, no se puede hacer una medición correcta del equipo.
Y Chile es otro caso raro… Tuvo nombres realmente importantes, como Elías Figueroa, pero son casos aislados, no saca generaciones completas. Hace poco, los periodistas chilenos usaron una frase que describe la situación: “jugamos como nunca, perdimos como siempre”.

-Costa Rica tuvo a los dos equipos finalistas de la Copa de Campeones de la Concacaf y México siempre cumplió buenas actuaciones en la Cópa América. ¿Qué le aportan los invitados?
-Es lógico que estén. Tienen más roce internacional y, sobre todo, convicción: ahora plantean otro tipo de partidos. El campeonato mexicano es más atractivo; tiempo atrás era de muchos goles porque los defensores y los arqueros eran un espanto. Nadie marcaba. Pero ahora ya no, van mejorando.
-Como Colombia desde los ’80, y más recientemente Ecuador y Venezuela.
-Ecuador era siempre un candidato a la goleada, salían a la cancha a ver cuánto aguantaban. Pero ya no es igual jugar con ellos de visitante. Apareció Aguinaga, un organizador al que podría emparentar con Valderrama, es un tipo que no dá lo mismo que esté o no esté.
Venezuela ha tenido un progreso muy notorio, hasta va metiendo jugadores a nivel internacional. Puede ir más o menos, pero sabe adónde va. Creo que Pastoriza tuvo algo que ver.
Y Colombia sigue una línea, por la influencia de jugadores que han ido. Me invitaron a una Feria del Libro en Bogotá, que estaba dedicada a la Argentina, y llevaron a Pedernera, Pipo Rossi y Di Stéfano, que había jugado allá. A través de ellos pude ver la fascinación colombiana por el fútbol argentino. Fueron influenciados por los jugadores más talentosos de la época... El símbolo es Valderrama. La selección sintió el alejamiento de su generación, pero saben qué camino seguir. Al talento natural le sumaron profesionalismo; antes, en la Copa Libertadores era ir a Colombia a golear, ahora es ir a perder.

-Los recuerdos surgen caprichosos. No van de la mano del historial...
-No, uno se queda con momentos, jugadas, equipos sueltos.
-No necesariamente con los campeones.
-Claro, de los '70 me quedo con Holanda. Y en mi mente sigue aquel equipo peruano del '59, y no fue campeón ni mucho menos. La memoria no se rige por eficientismos. Son estupideces. El fútbol que vale es el que uno guarda en el recuerdo.

sábado, 7 de agosto de 2010

Entrevista a Roberto Fontanarrosa.- 60caracteres.blogspot.com

Usted definió al amor que se tiene a la Selección y a Rosario Central como el que se le tiene a la tía y a la madre, respectivamente. ¿Cómo va ese amor a la tía “ selección argentina” por estos días?

Esa definición, con la cual estoy de acuerdo, no me pertenece, sino que es de mi amigo el “Colorado” Vázquez. Esta selección argentina despierta grandes expectativas por los nombres que reúne. Y uno espera todo de ella. El primer tiempo contra los EEUU me llenó de dudas por la lentitud y la falta de agresividad, producto de una exagerada intención de conservar la pelota. Creo que con los jugadores que tenemos, Messi, Aimar o Tévez, hay que encarar más y no tocar tanto para atrás. De lo contrario no se hace pesar a los gambeteadores, que son los que tienen la llave para abrir equipos ultradefensivos.

¿Y qué le han parecido el resto de “ tías” nacionales?

Es una pregunta apresurada. Pero, en lo que vi, advertí una intención general de buen juego ofensivo, cosa que se tradujo en la cantidad de goles.

Este año tuvo el privilegio del grabado en la camiseta de Rosario Central, gracias a uno de sus dibujos. ¿Qué sintió frente al hecho en sí y a una temporada “ canalla” , con más oscuros que claros?

La mala campaña era muy previsible. Incluso no resultó tan mala como pintaba. Para mí fue un orgullo que me pidieran un símbolo para la camiseta. Creo que el sueño de cualquier hincha es participar de alguna manera en el accionar del equipo.

Impresiona ver los homenajes que le han rendido los fanáticos (al deporte, a la literatura, al dibujo) desde que se conoció lo de su enfermedad. ¿Qué le han dejado?

Me dejan siempre un mensaje de cariño, muy terapéutico, por más formales que sean. Me hace sentir que uno no ha hecho tan mal las cosas, laboral y humanamente.

Dos cosas de Fontanarrosa han marcado a la opinión pública en el último tiempo: su discurso sobre “ las malas palabras” en la III Cumbre de la Lengua Española y su carta de despedida (del dibujo) en Clarín. ¿Qué lectura tiene respecto del fenómeno que generaron estos “ parte aguas” ?

Ambas cosas tuvieron mayor repercusión de la que yo pensaba, especialmente la carta de despedida. Creo que lo de las malas palabras fue un tema bien elegido, aunque nunca quise plantear algo provocador o escandalizante. Lo de la carta fue más íntimo y solo traté de comunicar, sin caer en ninguna sensiblería, que dejaba de dibujar y a mis textos los ilustrarían Crist y Óscar Salas.

Después de su despedida del dibujo, ¿cómo se ha dado el proceso de generación del humor gráfico? ¿Hay futuro para Inodoro Pereyra y cía.? ¿Cómo se ha dado la transición?

Yo escribo los diálogos de los chistes diarios como siempre. Luego se los mando a Crist junto a detalles de la situación y de los personajes. Crist me devuelve el dibujo a color y acá yo le agrego los globos con los textos, usando el tipo de letra mío que tengo digitalizado. Luego lo mando a Clarín. Con Inodoro Pereyra es similar. Le envío a Salas todos los diálogos, cuadrito por cuadrito, con indicaciones de gestos y actitudes. Salas nos manda el dibujo sin color y con los textos distribuidos a lápiz para calcular espacios. Acá, con Luis (su asistente), reemplazamos esos textos bocetados por los definitivos en sus globitos, le damos color a la tira y le enviamos a la revista Viva. Con el sistema que acabo de explicar, Inodoro Pereyra se siguió publicando casi sin interrupciones. Hay lectores que ni siquiera se han dado cuenta del cambio de dibujante.

Usted ha revitalizado una, hasta ahora, poco explorada veta literaria: la del fútbol. ¿Por qué tan pocos autores han escrito sobre el deporte y qué explicaría el éxito suyo?

Tal vez no haya muchos escritores a los que les guste el fútbol. Y posiblemente ahora se dé una cuestión de moda, incentivada por un público muy amplio y receptivo. Es como si hubiéramos descubierto que el fútbol es un tema que tiene todos los condimentos para ser atractivo, dentro y fuera de la cancha.

Otra idea que queda en sus textos es Rosario (café El Cairo, la OCAL, “ la capital de la potra argentina” ), su ciudad natal. ¿Cómo ha sido su vida en su lugar antes y después de su enfermedad?

Son temas que darían para un libro, imposibles de encerrar en una respuesta.

De sus textos se desprende un aire “ menottista” . Me imagino que ligado al pasado “ canalla” del “ Flaco” y a su gusto por la estética del fútbol. ¿Podría nombrar tres DT regionales o mundiales a los que les vea ese espíritu?

Soy amigo personal del “Flaco”, aunque no acuerdo con toda su filosofía, como no me gustaba cuando sus equipos jugaban al offside. Basile, Pekerman y Cruyff podrían estar en su línea.

Parece que la búsqueda frenética del éxito de corto plazo remueve todo en el fútbol. Se invierte mucha plata, quedan las deudas, se rompen los procesos iniciados por los cuerpos técnicos. ¿Qué hace falta para revertir esa fiebre?

Si supiera cómo solucionarlo estaría ocupando el lugar de Blatter.

A pesar de la “ perversidad del sistema” , se puede ser exitoso, como lo ha demostrado el Boca de Macri. ¿Qué opina de él y su gestión? ¿Hay un trasvase entre la gestión del fútbol y una posible gestión política?

La gestión de Macri en Boca ha sido eficiente y exitosa. Y siempre en la Argentina ha habido una relación de fútbol-política, ya que muchos aspirantes al poder han usado los clubes como vidrieras.

Entrevista a Roberto Fontanarrosa www.avizora.com

Mirá lo que son estos ladrillos", dice Fontanarrosa y levanta, con esfuerzo, uno de los dos tomos de los Cuentos Reunidos, que le editó hace muy poco Alfaguara, en España. El Negro —así elige firmar los mensajes de correo electrónico, así lo presentan sus amigos de Rosario— maneja con su auto hasta su estudio, cuyas coordenadas ofrece él mismo a los recién llegados. "Ahí enfrente, vive Landucci, y a la vuelta está la casa de Aldo Pedro Poy", dice, y menciona a dos antiguas glorias de Rosario Central. En su biblioteca conviven, sin incovenientes, Borges, Galeano, Boris Vian y, entre una y otra cosa, por ejemplo, una biografía de Amadeo Carrizo. Hay varias fotos familiares, una junto a Joan Manuel Serrat, una imagen —de pantalones cortos y camisetas transpiradas— junto a Jorge Valdano y una más, rodeado de sus colegas dibujantes. El rostro severo, finalmente, con anteojos impersonales, de Woody Allen, cerca de su computadora.

Fontanarrosa acomoda algunos papeles con los que cerrará —hoy— el III Congreso Internacional de la Lengua Española y mientras se prepara para la entrevista, insiste con la contundencia de los libros editados en España. "No sé quién puede comprar uno y menos aun quién puede tener paciencia para leerlos íntegramente", aventura. Los libros —que no contienen los cuentos de su último trabajo, Usted no me lo va a creer— no se venden en el país, donde la proridad sobre la palabra de Fontanarrosa la tiene Ediciones De la Flor. "En España se asombraban por la cantidad de material. Pero es que ellos imprimen en dos meses lo que yo escribí durante treinta años", dice.

Mucho se ha hablado del humor y la parodia como naves insignes de la literatura de Fontanarrosa. Poco se ha dicho, en cambio, de su oído absoluto para el rescate de ciertos registros de la lengua popular. Alguien ha mencionado que en uno de sus cuentos de fútbol, un delantero de sobrenombre Lalita, padece un baile de la defensa contraria. Solo contra todos, va y viene, sin alcanzar la pelota que se prestan los rivales. "No teenloquesá Lalita", le grita entonces un compañero, desde el fondo de la cancha. Y está bien. En la urgencia de un partido, ningún recio defensor podría decir: "No te enloquezcas, Lalita" con algún convencimiento, y eso lo sabe el escritor que elige poner el lenguaje, entonces, al servicio de lo que cuenta. En otro relato, El cielo de los argentinos, el que está haciendo el asado, acosado por el hambre, sacude las brasas y le grita a un recién llegado: "Traete un salamín, ¿querés?". Ese querés, excede el pedido o el favor, es una órden disfrazada: la manera de exigir de quien está llevando adelante el asado para los demás.

- —¿Cómo acostumbra al oído para captar eso?

- —Están como grabadas esas charlas que uno escucha durante años. Se trata de prestar atención no sólo para captar el lenguaje, sino para reproducirlo y lograr que el lector, después, se sienta involucrado. Pero, de todas formas, la situación tiene que estar en función de una anécdota.

- —La identificación como primera capa de la cebolla.

- —Y... sino quedaría en algo costumbrista, nada más. La intención es encontrar un plus en el relato. Una cosa que tenga otro guiño. Sueño de barrio, por ejemplo, que era el cuento ese donde un pibe sueña que ha tenido relaciones sexuales con una amiga del club, y él se lo cuenta a los amigos, y va en cana. A mí me parece que el plus es que en ningún momento el chico dice: "Che, pero esto fue un sueño". No, él lo que dice, en su defensa, es: "Ella me provocó". Todos toman el sueño como si fuera algo real. Tal vez se trate de eso: un lenguaje fácil de identificar en una situación de conflicto.

- —Un conflicto que se suele resolver a través del humor.

- —Es que me parece un buen mecanismo, algo que a mí me sale de manera natural. De otra forma, no lo podría hacer: es un rasgo personal, no tengo intenciones de resignar el humor. A pesar de que yo arranco, en lo posible, si la encuentro, de una situación dramática, de una situación de conflicto. Lo que pasa es que después la resuelvo con un tono de humor, tal vez podría continuarla más dramáticamente, pero a mí me parece que el humor da otro aire.

- —Leí que unos veinte años atrás había pensado en una novela que no hiciera pie en el humor...

- —El mundo ha vivido equivocado era el comienzo de una novela. Y después me empantané, y quedó el cuento. Es que, para avanzar, necesito saber cómo termina un relato. Hay otros que no. El gordo Soriano decía que no: él arrancaba. Yo necesito saber cómo termina.

- —Borges decía que, de un cuento, él sabía el principio y el final: lo que no sabía era lo que sucedía en el medio.

- —Yo necesito también eso. Cuando tengo un determinado porcentaje de datos para sentarme a escribir un cuento, un 35 por ciento por ejemplo, sé que el resto va a ir apareciendo. Pero, repito, siempre y cuando sepa hacia dónde voy.

- —Volvamos a la cuestión del humor. El humor le permite, en un tono glamoroso, describir a una madre viciosa que al besar al hijo, por las noches, destila aliento a ginebra.

- —Está escrita con mucho cariño esa madre. Era un poco el concepto, la idea: una madre amorosa llena de vicios. Ahora, las cosas que me pasaron con ese cuento. Mi vieja, que tiene ochenta y seis años y siempre ha sido una mina bárbara, con un sentido del humor formidable, me dice: "¡Negrito!, me habló Lolita, me dijo que escribiste un cuento hermoso sobre mí". Después, me llama una vecina. Una vecina que tenía un vivero, y me dice: "Robertito, vos sabés que yo la conozco mucho a Rosita, pero nunca pensé que fuera así".

- —El músico uruguayo Jaime Roos se define como un agradecido porque tiene pasión por cosas —el fútbol, el barrio Sur de Montevideo, la murga— que son populares. Dice que no tiene que esforzarse para lograr complicidad con la gente. ¿Le pasa algo parecido?

- —Yo digo exactamente lo mismo. Si a mí me gustara el béisbol, escribiría sobre béisbol. Y claro, me leerían cuatro personas. No podría escribir sobre rugby: no entiendo un carajo de rugby. Y es cierto, hay como una coincidencia entre los gustos de mucha gente y los míos: el fútbol, la música popular. No soy un conocedor ni me atrae la música clásica. Asocio la música clásica con un duelo nacional, porque cuando era chico, cada vez que había duelo nacional, en la radio ponían música clásica. Ahora, lo del fútbol es un fenómeno.

- —Pero hasta los años 80, casi no había literatura sobre fútbol. En cambio, Julio Cortázar, Osvaldo Soriano, Juan Sasturain, ya habían escrito sobre boxeo.

- —Es que la situación de conflicto del box, el marco dramático de dos tipos metidos adentro de un ring cagándose a trompadas, esa tensión, es insuperable a nivel narrativo. Yo no era precisamente un buscador de libros en mi adolescencia, pero no había una literatura de fútbol proporcional a lo que significa el fútbol en la Argentina. ¿Qué autores leí que escribieran sobre fútbol cuando yo era un joven? Los periodistas deportivos, no había otra cosa.

- —Usted le hizo un homenaje al periodista Osvaldo Ardizzone en un cuento.

- —Ardizzone tenía una intención literaria muy manifiesta. El Veco, también. Dante Panzeri o Pepe Peña, escribían muy bien. Ahora es distinto, hay una gran producción también de escritores. En la Feria del Libro, todos los años, pienso que tendría que juntar todos mis cuentos de fútbol en un solo libro. Porque muchas preguntas de la gente vienen por ahí. O vienen a firmar un ejemplar y te dicen: "Yo soy cuervo", "Yo soy quemero". Y por ahí no son lectores habituales: leen porque se trata de fútbol.

- —En su último libro, en el texto titulado "Palabras Mayores", cuando tiene que hablar de su estilo literario, no habla ni de Tolstoi ni de Joyce, cita —a su manera— a Carlos Monzón: "El lector no es mi amigo. El lector es alguien que les debe comprar el pan a mis hijos leyendo mis libros. Pumba y a la lona. ".

- —Ojo: ése era un cuento más del libro. Como se llamaba Palabras iniciales lo pusimos al principio y quedó como una nota de autor, una definición de principios. Pero es un cuento. También cito a John Irving: uno sigue leyendo para saber cómo termina la historia. Por cierto, después está el tratamiento. Puedo tener una idea de un tipo cuya personalidad está empecinada en complacer y agradar a los otros, pero Woody Allen con esa historia hace Zelig, una obra de arte.

- —Convengamos que hay una imagen suya: la de alguien al que le gusta hablar más de fútbol que de otra cosa, como si no hubiera leído todo lo que leyó.

- —Igual, es cierto que tengo falencias. No he leído a los clásicos. Leí, hace poco, Anna Karenina, de Tolstoi, y me sorprendió lo cinematográfico que es en la descripción. Pero esas historias que empiezan con un tipo y terminan con el nieto del tipo me parecen un poco excesivas. Me cuesta, necesito leer cosas más contemporáneas. No leí El Quijote y creo haberlo intentado.

- —Sí, por ejemplo, leyó a Boris Vian.

- —Sí. Y me influyó mucho. Me impactó la inventiva, la creatividad. Y eso de tomarse libertades, de escribir lo que se le cantaba las pelotas, de arrancar para donde quería. Me gusta también quienes me dan información, científica, filosófica o histórica, que está a mi alcance: me interesa Eric Hobsbawn, el historiador; me interesa Savater. Creo, por otra parte, que depende mucho de la información que se carga en un relato para saber a quién llegás. O sea, si yo hago un cuento sobre Palito Ortega, hay como un amplio espectro. Y si hago —si pudiera hacerlo, porque no tengo mayor conocimiento— un cuento sobre Thelonious Monk, ya reduzco el núcleo de lectores.

- —Bueno, Cortazar escribió "El Perseguidor" sobre Charlie Parker y es un cuento memorable.

- —Es maravilloso.

- —¿Pero a usted —dice— le preocupa el otro, el lector?

- —Me preocupa mucho. Cuando era más joven, por ahí no. Me decía: voy a hacer lo que se me canta. Pero, ahora, si uno publica, es para que te entiendan del otro lado. Al menos, ésa es mi forma de pensar. Es como los pintores que te dicen no, yo pinto para mí. Y bueno, no colgués. ¿Para qué exponés? Dejalo en tu casa si pintás para vos.

- —Se han mencionado sus influencias literarias: Jack London, Borges, Hemingway, Melville, el policial negro norteamericano...

- —Cosas que me sugerían, de chico, Juan Carlos Martini, el negro Rafael Ielpi, los Gandolfo. Tomá, leé a Pavese, me decían. Una cosa más triste que la llovizna Pavese, pero profundo. Leí mucho a Mailer, a Salinger...

- —Y además, diferentes vertientes del periodismo, el relato oral y gauchesco. Y con todo ese material de lectura organizó los primeros libros, de marcado registro paródico. ¿Había mucho trabajo allí...?

- —Sí, por un lado, es un laburo; pero por otro lado, es más fácil, porque, al ser una parodia, tenés un ejemplo. Un tono. Hay que seguirlo, modificarlo, agrandarlo, achicarlo, pero tenés un tono. El problema es cuando tenés que contar algo desde tu propia voz. Y empezar a resolver: primera persona o tercera persona, el punto de vista, esas cosas. Y con tu propia voz. La otra gran influencia que tuve fue el cine. Los historietistas —es más, creo que todos, no sólo los historietistas— somos hijos del cine. El cine es como una mitología moderna, porque suceden charlas con amigos y se discuten, con fervor muchas veces, personajes y situaciones, que si uno da un paso atrás, percibe que se habla todo el tiempo de algo irreal. Estamos discutiendo de cine.

- —Están citando cultura.

- —Es como que hay tipos que son veteranos de la guerra de Vietnam, y otros que somos veteranos deApocalypsis Now.

- —¿Se siente integrado en el mundo de los escritores o se percibe como de los confines de la literatura?

- —Tengo algunos grandes amigos escritores, que en muchos casos estuvieron en contacto con el periodismo: Juan Carlos Martini, por ejemplo, que es de acá. El Gordo Soriano era un amigo. Otros, que vienen de la historieta: Juan Sasturain, Guillermo Saccomano, José Pablo Feinmann que también estuvo en el cine. Pero la verdad es que me siento más cerca de los dibujantes y de los periodistas. Y de los periodistas deportivos, más cerca todavía.

El reportaje, entonces, toma un rumbo futbolero inevitable, como un descanso. Los arqueros de River, la mística de los partidos de Primera B, la obsesión intacta de evitar compromisos de agenda cuando juega Central en Rosario, el conocido chiste de sus dos problemas como jugador: la pierna izquierda y la pierna derecha. La risa ajena parece dispararle algunas ideas y relata la confesión de un director técnico amigo sobre un jugador en actividad, lo que obliga ahora a diluir los nombres en el relato. "Todos los jugadores sueñan antes de cada partido importante. Bueno, éste sueña que juega mal. Hasta en los sueños se erra goles", dice Fontanarrosa, citando al técnico en cuestión.

A punto de cumplir los 60, el sábado 27 de noviembre, no pierde el registro —siempre zumbón, levemente irónico— ni siquiera para referirse a una enfermedad brava que le hizo perder, en los últimos dos años, el tono muscular de su brazo izquierdo. "Repito como un loro: muy posiblemente padecí una atrofia monomiélica, una neurona que se muere antes de tiempo", dice. Los médicos, cuenta, no lo tranquilizaron mucho cuando le reconocieron que era una enfermedad de la que se sabe poco. "Ojo, no solamente acá, en el mundo entero se sabe poco", dice Fontanarrosa que le dijeron los médicos. Ahora toma unas pastillas que fortalecen la epidermis de la neurona castigada y hasta ha recuperado las ganas de volver a escribir: lo rondan las ideas de cinco o seis cuentos y sólo está buscando el momento de detener el mundo para sentarse, con tiempo a favor, frente a la computadora.

Ahora está en un café, frente al río, de espaldas a la ciudad que lo ha enaltecido como a uno de los suyos, y que lo molesta poco. La fama de Fontanarrosa en su territorio no tiene vértigo, no genera invasiones irrespetuosas, no le provoca fobias. Pide un cortado doble tibio. "Tibio", subraya varias veces y hasta aconseja la fórmula: lo mejor es la leche bien fría, dice. Suena extraña la exigencia en este hombre que ha aceptado el vendaval de fotos y las casi tres horas de preguntas, con paciencia y decoro. Además, se sabe: un café frío no tiene vueltas, pero uno caliente no debería ofrecer mayores inconvenientes, ahí, en una de las barrancas ventiladas del Paraná. Fontanarrosa se siente obligado a dar explicaciones. "Me traiciona mi ansiedad. Si viene caliente, no sé esperar y me quemo como un tarado", dice. Le traen el café. Doble, cortado, tibio. El Negro encuentra, al pasar, una definición de sí mismo. Un tipo ansioso —dice, en tono confesional— que buscar tener la ansiedad bajo control. Y se toma el cortado sin quemarse.

- —Se dice que hay algo singular en sus libros: que viaja en un relato a la Corte del Rey Arturo o escribe sobre la llanura de China medieval, y se percibe —al fondo— una mirada rosarina.

- —No sé, la verdad. Tal vez una mirada que puede ser de perplejidad o de desconocimiento. Creo que una de las vertientes del cuento es, desde el propio asombro o ignorancia, tener algo interesante para contar. La idea básica siempre es la misma: "Mirá lo que es esto: ¡cuando vuelva y se lo cuente a los muchachos!"

miércoles, 4 de agosto de 2010

Puro Fútbol (2000)- Roberto Fontarrosa

SinopsisA pedido del público, se reúne en este volumen todos los cuentos relacionados con el fútbol escritos hasta ahora por Fontanarrosa e incluidos en sus libros ya publicados.
Flechado por la pasión de multitudes desde siempre y para siempre, Fontanarrosa no sólo es capaz de quedarse en su habitación de hotel en una soleada tarde de París porque televisan un partido entre el Galatasaray y Feyenoord (además, amistoso), sino que practicó hasta hace muy poco tiempo el fútbol amateur en ligas barriales de su Rosario natal. Y, como rosarino, hizo su opción: entre leprosos y canallas, eligió a éstos como una instancia vital. Pocos ignoran que es hincha de Rosario Central, pero esta devoción no le impide disfrutar con las artes futbolísticas de cualquier equipo de las exhiba, así fuere parándose ante un baldío donde los arcos están marcados por bolsos.
De nada serviría toda esta formación si el excepcional oído, la imaginación y el humor desbordante del Negro; su captación de la jerga coloquial de los aficionados el instrumento; los argumentos vienen de un enriquecimiento de la realidad coloreada con la sátira y el pastiche, esto último a partir de los estereotipos de los periodistas deportivos.
Desde los cuentos primeros, incluidos en Los trenes matan a los autos, hasta los más recientes, de Una lección de vida, se traza una parábola de la que gozarán tanto los devotos de Hemingway como los seguidores de Víctor Hugo Morales; sin pasar por alto, eso sí, a quienes comulgan ante el altar de Aldo Pedro Poy.

Biografía de Roberto Fontanarrosa

Roberto Fontanarrosa nació en la ciudad de Rosario, Argentina, en 1944. Su carrera comenzó como dibujante humorístico, destacándose rápidamente por su calidad y por la rapidez y seguridad con que ejecutaba sus dibujos. Estas cualidades hicieron que su producción gráfica fuera copiosa. Entre sus personajes más conocidos están el matón Boogie El Aceitoso, el gaucho Inodoro Pereyra (con su perro Mendieta). Su fama trascendió las fronteras de Argentina. Por ejemplo: Boogie El Aceitoso empezó a publicarse en un diario de Colombia, y luego fue publicado muchos años por el semanario mexicano Proceso.

Se le conocía su gusto por el fútbol, deporte al cual le dedicó varias de sus obras. El cuento 19 de diciembre de 1971 es un clásico de la literatura futbolística argentina. Como buen «futbolero» siempre mostró su simpatía por el equipo al que seguía desde pequeño, Rosario Central.

En los años setenta y ochenta, se lo podía encontrar tomándose un café en sus ratos libres en el bar El Cairo (esquina de calles Santa Fe y Sarmiento), sentado a la metafórica «mesa de los galanes», escenario de muchos de sus mejores cuentos. Desde los años noventa, la mesa se mudó al bar La Sede hasta la reapertura de El Cairo.

Fue expositor en el III Congreso de la Lengua Española que se desarrolló en Rosario (Argentina), el 20 de noviembre de 2004. En el mismo dio la charla titulada «Sobre las malas palabras».

En 2003 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica, por lo que desde 2006 utilizó frecuentemente una silla de ruedas.

En toda su vida se casó dos veces. Con su primera esposa tuvo a su único hijo, Franco. Su segunda esposa, Gabriela Mahy, lo conoció en 2002 y contrajeron matrimonio en noviembre de 2006, previo divorcio.

El 18 de enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar sus historietas, debido a que había perdido el completo control de su mano derecha a causa de la enfermedad. Sin embargo aclaró que continuaría escribiendo guiones para sus personajes. Desde entonces, Crist se encargó de ilustrar sus chistes sueltos, mientras que Oscar Salas hacía lo mismo con sus historietas de Inodoro Pereyra.

Falleció el 19 de julio de 2007, a la edad de 62 años, víctima de un paro cardiorrespiratorio una hora después de ingresar en un hospital con un cuadro de insuficiencia respiratoria aguda.
Su entierro al día siguiente de su muerte fue acompañado por cientos de ciudadanos comunes, escritores, actores y autoridades de la política nacional. La marcha hizo una parada por espacio de unos minutos en cercanías al Estadio Gigante de Arroyito (estadio de Rosario Central; club del cual Fontanarrosa era un reconocido hincha), y luego continuó hacia el norte, hacia el cementerio Parque de la Eternidad en la vecina localidad de Granadero Baigorria, donde fue enterrado.

En noviembre de 2008 la segunda esposa, Gabriela, decidió radicar una denuncia demandando a Franco, el hijo del escritor, por los derechos intelectuales de la obra. La mujer lo acusa de quedarse con las regalías por los libros y otros escritos.